El País de uno
Los sindicatos y los partidos, y los monopolios públicos y los emporios empresariales no han aprendido a adaptarse a las exigencias de un contexto más democrático. Al contrario, explotan la precariedad democrática en su favor, cabildeando para obstaculizar los cambios en lugar de sumarse a ellos. Resistiendo demandas a la rendición de cuentas, al estilo del SNTE. Rechazando el recorte a su presupuesto, al estilo de los partidos políticos. Obstaculizando la competencia, al estilo de los multimillonarios mexicanos en la lista de Forbes. Criticando la eliminación de los privilegios fiscales, al estilo de las cúpulas del sector privado. Chantajeando a la clase política, al estilo de Televisa. Condicionando cualquier reforma fiscal o laboral a la supervivencia de personajes impunes, al estilo del PRI.
(…) Por un lado existe una prensa crítica que denuncia; por otro, proliferan medios irresponsables que linchan. Por un lado hay un federalismo que oxigena; por otro, hay un federalismo que paraliza. Por un lado hay un Congreso que puede actuar como contrapeso; por otro, hay un Congreso que actúa como saboteador. El poder está cada vez menos centralizado pero se ejerce de manera cada vez más desastrosa. Como lo escriben Sam Dillon y Julia Preston en El despertar de México, México pasa del despotismo al desorden. México es un país cada vez más abierto pero cada vez menos gobernable. México ha transitado del predominio priista a la democracia dividida; del presidencialismo omnipotente a la presidencia incompetente; del país sin libertades al país que no sabe qué hacer con ellas. El país de la democracia fugitiva. El país de la violencia sin fin.
(…) Habrá que despertar a México porque es un país privilegiado. Tiene una ubicación geográfica extraordinaria y cuenta con grandes riquezas naturales. Está poblado por millones de personas talentosas y trabajadoras. Pero a pesar de ello, la pregunta perenne es ¿por qué no nos modernizamos a la velocidad que podríamos y deberíamos? Aventuro algunas respuestas: por el petróleo, por el modelo educativo y el tipo de cultura política que crea, por la corrupción que esa cultura permite, por la estructura económica y por un sistema político erigido para que todo eso no cambie; para que los privilegios y los derechos adquiridos se mantengan tal y como están.
(…) México se volvió rico y lleva cuatro décadas gastando mal su riqueza. De manera descuidada. De forma irresponsable. Usando los ingresos de Pemex para darle al gobierno lo que no puede o quiere recaudar. Distribuyendo el excedente petrolero entre gobernadores que se dedican a construir libramientos carreteros con su nombre. Financiando partidos multimillonarios y medios que los expolian. Dándole más dinero a Carlos Romero Deschamps que a los agremiados en cuyo nombre dice actuar. Eso es lo que ha hecho el gobierno con los miles de millones de dólares anuales que recibe gracias a la venta del petróleo. Así hemos desperdiciado el dinero y desaprovechado el tiempo.
(…) El conformismo y las ideas muertas permiten que en México, en estos días, ya todo sea visto como normal. Rutinario. Parte del paisaje. La violencia cotidiana en Ciudad Juárez y las muertes que produce. La impunidad rampante y los cadáveres que permite. Todos los días, a todas las horas, en todos los lugares: los ojos cerrados. Cerrados frente a miles de mujeres acechadas, hombres perseguidos, mexicanos maltratados. Mexicanos que se matan los unos a los otros, que se burlan los unos a los otros, que se discriminan entre sí. Pensando que eso es normal.
(…) La cantidad de energía social que se dedica a doblar la ley en México es monumental. Y lo peor es que hemos perdido la capacidad para la sorpresa ante lo que debería ser visto como comportamiento condenable. El Estado mexicano no sólo es corrupto; también corrompe. Eso lleva a que los mexicanos tengan pocas cosas amables que decir sobre sí mismos o sus compatriotas. En lo individual, los mexicanos son generosos, leales, amables. Pero en lo colectivo demuestran lo peor de sí mismos: evaden impuestos, sobornan a políticos, mienten para obtener un beneficio personal. La total ausencia de fe social se convierte así en un círculo vicioso. La epidemia de la mentira, la trampa, el robo y la corrupción hacen imposible la vida cívica y el colapso de la vida cívica simplemente instiga patrones cada vez peores.
(…) El problema de México no es la falta de acuerdos, sino la prolongación de un pacto inequitativo que lleva a la concentración de la riqueza en pocas manos; un pacto ineficiente porque inhibe el crecimiento económico acelerado; un pacto auto-sustentable porque sus beneficiarios no lo quieren alterar; un pacto corporativo que ningún gobierno logra reescribir apelando a los ciudadanos. Y así como durante siglos hubo un consenso en torno a que la tierra era plana, en el país prevalece un consenso para no cambiar.
(…) Gracias al PRI, el narcotráfico se infiltra en el Estado y se enquista allí. A partir de la década de los ochenta, el negocio de la droga comenzó a crecer y lo hizo con protección política. Con la complicidad de miembros de la Policía Judicial Federal y agentes de la Dirección Federal de Seguridad. Con la colusión de gobernadores como Mario Villanueva y otros dirigentes priistas de narcomunicipios y estados fronterizos. A lo largo de los años, la estructura política del priismo provee una caparazón al crimen organizado que avanza no a pesar del gobierno sino –en buena medida– gracias a él. Cuando los panistas llegan a la presidencia encuentran un Estado rebasado, se enfrentan a autoridades estatales cómplices, se topan con policías infiltradas, apelan a procuradurías indolentes. Y sin duda, tanto la administración de Vicente Fox como la de Felipe Calderón, no han encarado el reto de la mejor manera; el primero por omisión y el segundo por falta de previsión. Pero lo innegable es que no son responsables del problema: lo heredan. Hoy los priistas culpan al gobierno panista de aquello que ellos mismos engendraron. (…)
La famiglia Salinas
Carlos Salinas de Gortari está presente y de regreso. Habita en la conciencia colectiva del país y quiere influir en él. El expresidente quiere pelear por su pasado y por su futuro, por su lugar en la historia y el sitio meritorio que desea allí. Desde hace años, Carlos Salinas está fraguando su futuro y su reinvención, su agenda y su reconstrucción. Quiere limpiar su nombre y el de su familia. Quiere ser reconocido por las reformas que instrumentó y las políticas modernizadoras que impulsó. Quiere reconquistar el lugar que –en su percepción– le fue injustamente arrebatado.
(…) Los Salinas –Carlos, Raúl, Enrique, et al– son un ejemplo, un arquetipo. Como los persoajes de las novelas de Mario Puzo y las películas de Francis Ford Coppola, representan algo más que sí mismos. Plasman la forma en que la clase política se ha comportado y quiere seguir comportándose. De manera sórdida. De manera torcida. Con amantes en México y cuentas en Suiza; con partidas secretas y testigos ejecutados; con millones acumulados y juicios pendientes. Rodeados de fiscales que se suicidan, países que los investigan, colaboradores que desaparecen, cargos que no se pueden comprobar. Al margen de la ética, al margen del interés público.
La familia Salinas es más que sus miembros. Es una experiencia. La experiencia aterradora de asomarse a la cloaca de un clan. De presenciar las actividades de personas esencialmente amorales. De contemplar la vida que viven, los abusos que cometen, las mentiras que dicen, en vivo y a todo color. Allí en la pantalla de la realidad nacional. Una galería extraordinaria de hombres y mujeres que pueblan el mundo feudal de la política en el país. Presidida por el don Carlos: sonriente, sagaz, visionario pero letal. Un hombre influyente. Un hombre al frente de un imperio subterráneo que empieza con la clase empresarial, abarca a los medios, constriñe la conducta de muchos periodistas, incluye a sectores del PRI, toca a Los Pinos y termina en la cárcel donde su hermano vivió diez años.
(…) México es un país de corrupción compartida pero nunca castigada, de crímenes evidenciados sin sanciones aplicadas, de expresidentes protegidos por quienes primero los denuncian pero luego pierden la razón, de políticos impunes y empresarios que también lo son. Por ello las procuradurías exoneran, las fiscalías especiales nunca funcionan, las comisiones investigadoras en el Congreso no cumplen con su función, los custodios no custodian, los crímenes persisten. Hay demasiados intereses que proteger, demasiados negocios que cuidar, demasiadas irregularidades que tapar, demasiadas cuentas bancarias que esconder, demasiadas propiedades que ocultar, demasiados pactos que preservar.
(…) Quizá Felipe Calderón entiende lo que el PRI le ha hecho al país y por ello exclama: “Dios quiera y no regresen a la presidencia”, como lo hizo en una reunión reciente. Pero si eso ocurre, tanto él como su predecesor habrán producido ese desenlace al optar por un “pacto de no agresión” desde la elección del 2000. Al suponer que bastaría sacar al PRI de Los Pinos sin modificar sustancialmente su modus operandi. El gran error del pan ha sido tratar de operar políticamente dentro de la estructura que el PRI creó, en vez de romperla. El gran error del pan ha sido creer que podría practicar mejor el juego diseñado por el PRI, en vez de abocarse a cambiar sus reglas. El gran error ha sido emular a los priistas en vez de rechazar la manera de hacer política que instauraron. (…)
Vicente Fox: el hombre que no pudo
Atrapado en la burbuja de Los Pinos, Vicente Fox no pudo mirar más allá de ella. Se convirtió en un presidente que no quiso lidiar con los vicios del viejo sistema y erradicarlos. Vio un país democrático y económicamente estable sin entender que esa apreciación era parcial, insuficiente, irreal. Vio un sistema político que –desde su perspectiva– no necesitaba reformas institucionales profundas y por ello no las promovió. Vio una economía que no requería —desde su punto de vista— nuevas reglas del juego y por ello no las empujó. Vio un México que sólo existía en la cabeza de alguien que nunca quiso mirarlo de frente.
(…) Antes de arribar a Los Pinos, Vicente Fox hablaba de la necesidad imperiosa de cambiar instituciones disfuncionales pero durante el debate en torno al desafuero las sacralizó. Antes de llegar al poder, violó la ley con sus amigos, pero durante el desafuero exigió su aplicación estricta. Antes de ganar la presidencia, cuestionaba la existencia misma de “el Estado de Derecho”, pero durante el desafuero lo celebró. Pero celebraba algo que no luchó por instaurar. Algo que debería existir pero aún no existe y cada mujer asesinada en Ciudad Juárez lo demuestra.
(…) Para los casi dieciséis millones de mexicanos que votaron por él, no basta con escuchar que Vicente Fox gobernó “como se pudo”. El hecho es que pudo haberlo hecho de otra manera. Porque Vicente Fox no fue electo para que acabara negociando con el PRI en vez de sacarlo de Los Pinos como prometió. No fue electo para que “compartiera responsabilidades” sino para que las asumiera. No fue electo para que en nombre de la separación de poderes, no ejerciera los que le correspondían. No fue electo para que promoviera un acto tan claramente anti democrático como lo fue el desafuero. No fue electo para que acabara obsesionado con AMLO y polarizara al país con tal de frenarlo, cuando pudo gobernarlo mejor. No fue electo para que fomentara la candidatura presidencial de Marta Sahagún y permitiera su asociación con los poderes fácticos que hoy asolan a México. Frente al PRI, Vicente Fox se rajó. Con Andrés Manuel López Obrador, se obsesionó. Con Marta se casó. Ante los poderes fácticos claudicó. Lamentablemente para México, eso fue lo que ocurrió. (…)
Carlos Slim
Hoy nadie sabe qué hacer ni cómo lidiar con un hombre que tiene más peso que el presidente de la República. El dilema que presenta la figura de Carlos Slim es estructural, no personal. Resulta poco fructífero discutir la moralidad o la amoralidad de su comportamiento, o si es una buena o mala persona, o si su filantropía debe ser aplaudida o cuestionada. Es poco productivo culparlo de mucho o exculparlo de todo porque ello constituiría una digresión ante lo verdaderamente importante: la imperiosa necesidad de reformar el capitalismo mexicano. Lo cierto es que Carlos Slim se ha comportado de manera absolutamente racional, de acuerdo con las reglas existentes del juego económico. Su apuesta ha sido ganar la mayor cantidad de dinero posible y ha usado todos los instrumentos a su disposición dentro del sistema. Un sistema caracterizado por la corrupción endémica y el dominio de una élite económica y política conectada por el patronazgo mutuo.
(…) Ante la evidencia acumulada de prácticas anti competitivas y rapaces, quizá lo más insultante –desde la perspectiva del consumidor– es cómo los funcionarios de Telmex insisten lo contrario. “Telmex no incurre en ninguna práctica monopólica” afirma el vocero de Telmex, Arturo Elías, cuando la Comisión Federal de Competencia ha documentado múltiples casos. “Las tarifas son baratas” insiste, cuando estudios que lo sugieren –elaborados a instancias de Telmex– tienen sesgos y errores importantes. “No hay por dónde regularnos mejor” repite, cuando el reporte de Del Villar sugiere que el precio tope de las tarifas debería haberse ajustado a la baja hace mucho tiempo. “Ya todos los litigios se han resuelto” afirma Elías, cuando esa afirmación esconde que la Comisión Federal de Competencia no ha podido hacer valer sus resoluciones ante los tribunales, y Telmex se ha amparado. “No somos un monopolio” argumenta, sólo porque los reguladores no logran encontrar jueces con el valor de declarar a Telmex “empresa dominante” en el mercado. “No hay nada qué hacer” enfatiza, cuando debería exigírsele a Telmex al menos, un pago para incursionar en la televisión. (…)
El narco
Como lo revela el libro El México narco coordinado por Rafael Rodríguez Castañeda, el narcotráfico ha invadido el territorio nacional, región tras región, estado tras estado. Con la complacencia y la complicidad de las autoridades –civiles, policiacas, militares– el narcotráfico ha convertido al país en una potencia de producción, venta, distribución y exportación de estupefacientes. Desde Tijuana hasta Cancún, desde Reynosa hasta Tapachula, los cárteles imponen sus propias leyes, cobran sus propios impuestos, instalan sus propios gobiernos. La “ridícula minoría” ha logrado poner en jaque a la impotente mayoría. México no puede ser catalogado como un Estado fallido, pero se ha convertido —en ciertas franjas del territorio nacional— en un Estado acorralado.
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