Crimen y drogas pegan a sexoservidoras


Ella es Graciela y ha visto la abundancia y la degradación del oficio. Le tocaron años en los que un cliente cualquiera pagaba mil pesos por media hora, y eran tantos, que se daba el lujo de rechazarlos, si acaso los veía sucios o poco atractivos. “Por menos de mil, ni el saludo les daba”, resume. Pero las cosas cambiaron subrepticiamente de tres años a la fecha.

La crisis económica fue alejando primero a los clientes extranjeros, y luego los locales ya no estuvieron dispuestos a desembolsar más de 300 pesos por hora. El centro de la ciudad, que solía reunir en un fin de semana alrededor de mil vendedoras de sexo, luce ahora desolado para una noche de jueves, sin clientes y ellas arremolinándose en las puertas de hoteles baratos, asaltando a cada carro que pasa.

Graciela es esbelta y tiene un rostro de nariz casi perfecta. Ha trabajado en esas calles desde 1987, cuando tenía 14 años y llegó animada por amigas, sin dramas ni amenazas. “Lo que hago me gusta. Para mí esto es un arte”, asegura.

Ella está sentada en el camerino de un antro gay de la avenida Lerdo, tan oscuro y vacío como el exterior. Esa noche anda por ahí porque no le preocupa conseguir a nadie. Tiene una casa de buen tamaño que construyó en una colonia de clase media, y a su madre le compró otra. Los tres hijos que tuvo desde muy joven se han independizado. Ahora tienen 23, 20 y 18 años. Afuera no muchas pueden presumir de la misma suerte. Aunque sustancialmente más jóvenes, son chicas que provienen del sur y deben trabajar por necesidad, y aceptan hasta 200 pesos por hacerlo sin protección. “El hambre es cabrona, pero aquí nadie te padrotea, a nadie se le obliga a nada: todas andamos porque nos gusta o por el dinero”.

Pero la falta de dinero no es lo único que ensombrece las noches de esta frontera. De unos meses a la fecha, una cuadrilla de sujetos ha comenzado a matarlas o a desaparecerlas, y narcos incipientes, cobijados por la impunidad, se han llevado por la fuerza a las más jóvenes y bellas, dice Carlos Martínez, presidente de la organización local Unidos en Apoyo a Grupos Vulnerables. El nuevo contexto dispersó a las sexoservidoras. Algunas emigraron a Tijuana o a puertos cercanos como San Felipe, en el mar de Cortés. Muchas de las que decidieron quedarse rentaron casas y se anuncian en diarios locales o en internet para ofrecer sus servicios. Todo ello terminó con la bonanza de antaño y desató fenómenos que hasta hace poco no existían.

Diez años atrás, Martínez era un próspero empresario que surtía de enseres a los bares, hoteles y cantinas del centro de Mexicali. Con el tiempo el negocio fue perdiendo bríos a la par que las trabajadoras del sexo acudían ante él para que las asesorara cuando sufrían de abuso o maltrato de clientes, inspectores sanitarios y policías. Una cosa creció con la otra, y para la segunda mitad de la década pasada, Martínez había dejado los negocios para constituir su organización. En un lustro, las calles antes vivas fueron llenándose de drogas y peligro.

El desempleo elevó la prostitución

Del universo de casi mil trabajadoras sexuales que había en 2000, apenas 10% consumía drogas como mariguana y cocaína.

En la actualidad, con la tercera parte en las calles, la mitad es adicta a la heroína y al crack. Son datos del censo levantado por la organización de Carlos Martínez. Las autoridades sanitarias tienen números mucho más preocupantes.

A finales de julio, el director de los Servicios Médicos Municipales, José Antonio Olivares, declaró en medios locales que sólo 5%, de unas 9 mil 300 personas dedicadas al sexoservicio, estaba bajo control sanitario. El ejercicio libre y sin protección tuvo ya un primer registro de alarma. Al término del primer cuatrimestre del año, la dependencia registró tres casos de contagio por VIH, seis de hepatitis C, nueve de sífilis, 37 de papiloma humano, 43 de clamidia, 72 de cándida y 308 casos de gardnerella.

Otro diagnóstico oficial: la mitad de quienes venden servicios sexuales lo hace desde sus casas, en salas de masaje o por cita telefónica, y el resto en centros nocturnos, bares, cantinas y la calle.

La composición de este universo es lo que ha estudiado no sólo Martínez, sino otro compañero suyo, Armando Rodríguez, quien preside el Consejo Estatal por la Diversidad Sexual en Baja California.

“Lo que ha provocado la crisis es justamente eso: que principalmente las mujeres hayan diversificado la forma de trabajar. Antes no había necesidad siquiera de salir de los hoteles, de los cuartos. Hasta allí llegaban los clientes, de a montón. Cada una atendía un promedio de cinco por día, de a mil pesos cada servicio, y se tenía un control sanitario. Pero eso se terminó. Lo que hicieron tras la crisis fue juntarse para rentar casas y allí ofrecen sus servicios, disfrazados muchas veces de casas de masaje. O se anuncian por internet y por el periódico y atienden a domicilio, y a ellas ya nadie las controla”, explica Rodríguez.

Durante la década pasada, Mexicali, como muchas otras fronteras mexicanas, sufrió un par de crisis financieras cuyos efectos se reflejaron de inmediato entre la población. Al terminar la primera de ellas, en 2002, la ciudad experimentó un boom en la construcción de viviendas para la clase obrera, que en poco tiempo se vio paralizado. Miles de casas nuevas fueron vaciándose de forma paulatina hasta dejar, este año, un total de 30 mil en abandono. Las autoridades municipales y algunas constructoras atribuyen el hecho a la falta de servicios básicos y transporte urbano. Pero Rodríguez tiene otra teoría.

“Cuando ocurrió la crisis de la maquila, muchas mujeres quedaron desempleadas. Mexicali es una ciudad con muchas madres solteras. Así que cuando se quedaron sin trabajo, muchas decidieron prostituirse. Y luego, cuando volvió a pegar la crisis en 2009, ya no pudieron ganar ni para el sustento de sus familias. Muchas se fueron de la ciudad, abandonando sus casas. Otras se fueron a vivir con sus padres o con sus abuelos, y otras más decidieron juntarse para rentar una sola casa y vender sus servicios desde allí”, dice.

Con unos 900 mil habitantes, Mexicali registra niveles de pobreza significativos. La Secretaría de Desarrollo Social del estado informó, en pleno año de la crisis global de 2009, que había 123 mil personas en condiciones de pobreza en la entidad. Es decir, 13% de la población.

El descontrol, la pobreza y el paulatino aumento en el consumo de drogas colocaron entonces a la ciudad en las puertas del infierno, dice Miguel Ángel García Leyva, dirigente de Asociación Esperanza, organismo constituido para dar seguimiento a casos de desaparición forzada cometidos por militares y policías. El hecho de que García haya entrado al tema de las personas dedicadas al sexoservicio es contundente: sólo durante este año, 16 trabajadoras desaparecieron del centro de la ciudad y tres más han sido asesinadas, pero la autoridad desconoce el primer hecho y el segundo parece no importarle demasiado.

“La crisis se ve reflejada en un incremento en la violencia contra las mujeres. No sólo se habla ya de feminicidios formalmente registrados, sino que existe una cifra negra, no sólo en asesinatos de mujeres, sino en su desaparición, que va a la alza. En estos últimos tres meses ha habido un repunte en mujeres desaparecidas, y no necesariamente son sexoservidoras; ha habido mujeres que han muerto asesinadas y que son amas de casa. Se habla de violencia intrafamiliar, las autoridades así lo dicen, pero hay indicios que sugieren que muchas han sido asesinadas en otras circunstancias. Una de ellas es el narcomenudeo”, precisa.

La Procuraduría niega desapariciones

La noche del 9 de agosto, una de estas trabajadoras de la zona centro fue arrojada por sus captores, quienes la dieron por muerta. La víctima, de unos 25 años, explicó a las autoridades ministeriales que fue contratada por el tripulante de un automóvil blanco. No le dio mala espina porque en el asiento trasero llevaba un portabebé. Después la llevó al lugar donde aguardaban otros sujetos. Fue salvajemente golpeada y luego el hombre procedió a estrangularla. Perdió el sentido y fue entonces que la creyeron sin vida. Se deshicieron del cuerpo en los alrededores de una escuela primaria, en el mismo centro de la ciudad.

García y otros activistas como Martínez y Rodríguez, o el ex procurador de Derechos Humanos de Baja California, Raúl Ramírez Baena, tienen elementos para suponer que los asesinos operan porque se sienten impunes. A la mujer de 25 años le mostraron fotografías de los tres sospechosos que ya otras sexoservidoras han señalado, y reconoció a dos, entre ellos al conductor del carro blanco. En tres de los casos, los asesinos mutilaron a las víctimas.

El vocero de la Procuraduría estatal, Víctor Adrián Ramírez, no respondió a una solicitud de entrevista para hablar del tema, pero a finales de junio, cuando inició la presión de los grupos derechohumanistas y las sexoservidoras, el procurador de justicia Rommel Moreno Manjarrez hizo declaraciones a la prensa en las que negó la desaparición de 16 mujeres y afirmó que los asesinatos se investigan con vehemencia.

“Respeto la opinión o percepción de quienes indicaron que son más los casos, pero en lo que va del año van ocho homicidios de mujeres y únicamente uno de ellos se trata de una mujer descuartizada, hecho que ya se está investigando de manera intensa, como los demás”, aseguró el funcionario cuando un comunicado de la dependencia había reconocido en las horas previas la mutilación de otras dos víctimas.

El dirigente de Asociación Esperanza se indigna de tal desfachatez. Sobre el escritorio tiene expedientes de varias de esas desaparecidas, entre ellos el de Alexandra Martínez Jaime, una maestra embarazada de 24 años, desaparecida el 20 de abril. “De seguir esta tendencia, pienso que Mexicali se convertirá en la Juárez de los 90’s”, dice preocupado. El cuerpo sin vida de la maestra fue localizado el lunes 22, días después de la entrevista con García.

Sentada frente al espejo del camerino en el antro gay, Graciela admite que hay temor entre sus compañeras, pero no tanto en ella. El perfil de las víctimas la deja tranquila: “Han sido mujeres drogadictas y gordas. Y yo, como ves, me cuido: no tomo, no me desvelo, no fumo, no me preocupo por el dinero (…) conservo a cinco clientes de toda la vida, quienes me pagan mil 500 pesos y me visitan una vez por semana cada uno, así que son como mis maridos. Pero allá afuera hay muchas muchachas que, pobrecitas, ellas sí se la rifan”.

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