El más allá de un narco, ¿Es diferente?


Existe una leyenda que dice que debajo de alguno de los mausoleos de redondas cúpulas que pululan en el panteón Jardines del Humaya, en Culiacán, yace un hombre que en vida se dedicó al narco y pidió que fuera sepultado con todo y su camioneta.

Las imágenes comenzaron a circular por la red a finales de febrero del 2009, semanas antes habían llegado a los correos de un reducido grupo de reporteros en Sinaloa. En ese momento se desconocían las circunstancias de la muerte y en torno a la identidad del personaje, se aventuraron hipótesis que al paso de los meses nunca corroboraron.

Lo único claro era que se imponía el morbo como complemento de la suspicacia. El gasto fastuoso como estilo de vida se hacía presente hasta la tumba, salía a relucir ese culto a la manía adquisitiva de quien tuvo todo y al final, quiso llevarse algo al sepulcro.

Existe una leyenda que dice que debajo de alguno de los mausoleos de redondas cúpulas que pululan en el panteón Jardines del Humaya, en Culiacán, yace un hombre que en vida se dedicó al narco y pidió que fuera sepultado con todo y su camioneta. Si los narcos ejercitan sus creencias con el gozo de la insensatez, como dijo en una conferencia a fines de enero del 2008 Carlos Monsiváis, matar entonces se convierte en una forma de dialogar con la realidad.

Pero ¿quién es?

La ceremonia luctuosa sucedió a principios del 2009. Se trató del sepelio de una persona con cierta jerarquía dentro de la organización mafiosa asentada en Sinaloa, el clan que desde más de un año atrás arrastraba una ruptura que desató una vorágine de violencia con episodios que hoy día, ya forman parte de la crónica contemporánea de las legiones de exterminio en que se convirtieron los ejércitos de pistoleros transformados en hordas de paramilitares.



Su identidad no sólo ha sido un misterio, sino que alrededor de su vida se han tejido todo tipo de leyendas propias de quien se dice estuvo muy cerca del “Botas Blancas”, como conocían desde joven a Arturo Beltrán Leyva. Los nombres y apodos se cruzan, se contraponen y al final, no hay ninguna certeza de quien yace ahí en vida se ostentara con ese halo de grandeza con el que buscan inmortalizarse los capos en sus mausoleos.



¿Y si se tratara de una mujer? Quizá una de las tantas que comenzaron a ser abatidas a tiros cuando se rompieron todos los pactos. Porque esas zapatillas, el tocador con los perfumes y esencias femeninas colocados en orden, generan nuevas dudas. ¿Y el whisky con sus vasos dispuestos junto al chaleco bordado? Hubo quien se preguntó si habría corriente eléctrica para encender esa pantalla de plasma para cuando al ánima del difunto se le antojara ver el beisbol, o tal vez el canal de videos Bandamax. De nuevo se impone el entrañable Monsiváis: “En la nota roja, entre mentiras y drásticas inexactitudes (nada es como se cuenta, salvo los muertos), el morbo adquiere calidades de “pesadilla tranquilizadora”.

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