Miss Narco devela el otro rostro del negocio de la droga en Sinaloa


Una de las novedades en el ámbito del narcotráfico es el papel cada vez más activo, incluso protagónico, que han empezado a jugar las mujeres. Antes, las amantes, novias, esposas, hermanas o madres de narcotraficantes asumían un papel pasivo: se mantenían relativamente ajenas al negocio, se quedaban al cuidado de los hijos, eran acompañantes o se quedaban en sus casas a disfrutar del poder y la riqueza generados por sus compañeros.

Por lo menos en Sinaloa eso cambió. Hoy las mujeres empuñan las armas, participan en emboscadas y levantamientos, y comandan grupos delictivos.

Este es uno de los aspectos que aborda el periodista Javier Valdez Cárdenas en el libro de reciente publicación, Miss Narco: belleza, poder y violencia.

“Anteriormente –cuenta el autor, – era común que las mujeres relacionadas con narcos fungieran como benefactoras de la comunidad: ayudaban a sus vecinos y mostraban en general una actitud ‘alivianada’; viajaban, iban bien vestidas, salían a lucir sus joyas.”

Podía suceder que algunas repitieran los estereotipos del hombre: se ponían al volante de sus automóviles, peleaban con otros conductores y sacaban la pistola, “pero no disparaban”.

Ahora “tienen mucho peso en la distribución y venta de droga al menudeo, hasta dirigen operativos”.

Durante años, Javier Valdez ha llevado a cabo la cobertura cotidiana de hechos relacionados con el narcotráfico. Lo que se propuso en el libro fue tomar aquellos en que estaban involucradas mujeres y profundizar en ellos, más allá del enfoque meramente policiaco. Se documentó, cuando fue posible habló con las familias e incluso entrevistó a algunas.

Entre el reportaje y la crónica, Valdez quiso ver “a las personas que están del otro lado de la trama de muertos, de armas, de dinero; seres humanos que tienen nombre y apellidos, pasiones, latidos, torrente sanguíneo, a quienes el narcotráfico ha carcomido en todos sentidos”.

Se metió a hilar los detalles finos, a retratar “la vida en el barrio, el contexto en que crecieron, escarbar un poco en la epidermis de cada una de estas mujeres”.

Miss Narco –publicado por el sello Aguilar, de Santillana Ediciones– también habla de las mujeres que de un modo u otro han sido víctimas del narcotráfico: las que perdieron algún hijo o al esposo; las que fueron obligadas a involucrarse en todas las actividades que hacen funcionar al narco. También cuenta las historias de las que se dedican a combatirlo.

Por ejemplo, mujeres que vivían cómodamente y desde las ventanas de sus oficinas miraban las manifestaciones contra la violencia o los sepelios y comentaban: “Por algo los mataron”. Hasta que enfrentaron la pérdida de un ser querido.

Hoy nadie está a salvo: “Ya no se puede decir ‘por algo los mataron’; vivir en Culiacán es un riesgo, por el sólo hecho de vivir aquí, aunque no seas periodista o narco; hay muchas víctimas que simplemente iban por la calle o estaban en el patio de su casa asando carne o esperando un camión en la calle; no es necesario escribir un reportaje o un libro sobre el tema para estar en peligro”.

Valdez Cárdenas es crítico del enfoque sólo policiaco que el gobierno, la opinión pública y los medios suelen dar al asunto: “Nos hemos dedicado a contar los muertos, pero hace falta contar las historias de esos muertos, entender el impacto del fenómeno del narco y su repercusión en la vida cotidiana de las personas y las familias. Aquí todo mundo conoce a alguien, pariente, vecino, amigo, que está metido en el negocio.

“La misma gente que reniega de él después estira la mano para recibir los beneficios. Por eso en mi libro no hay buenos contra malos, porque el fenómeno del narcotráfico no son policías y el Ejército contra capos y matones. Hay historias de vida salpicadas por la sangre y la pólvora por todos los rincones de Culiacán.

“Entonces, hay que mirar desde una perspectiva más humana; hemos hablado mucho de los millones de dólares y de los caídos, de las armas y de los operativos, pero falta escuchar los latidos de los seres humanos, mirarlos y reconocerlos como ciudadanos, para comprender esa vecindad violenta, trágica y al mismo tiempo triste y enternecedora que es el narco, donde el gobierno no sólo ha sido omiso, sino también cómplice.”

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