Escolta policial para el camión de la muerte



Todo sucedió en menos de 10 minutos, Claudia sólo había caminado unos pasos cuando escuchó las 42 detonaciones de una arma de fuego, ahogadas por un silenciador, y supo que se había consumado la masacre de los 24 hombres que transportó la noche del 11 de septiembre en un camión blanco de redilas hasta un paraje en La Marquesa.

“Claudia” es hoy el nombre clave del testigo protegido de la PGR, quien asegura a los fiscales federales que no conoció el rostro de las víctimas y que “sólo vi sus pies dentro de la caja del camión”.

Sus declaraciones pusieron en evidencia que la matanza no fue más que el punto más álgido del enfrentamiento que sostienen por el control del estado de México el cártel de los hermanos Beltrán Leyva con la organización criminal denominada La Familia.

El ahora colaborador de las autoridades federales fue hasta hace unos meses uno de los más altos jefes de la policía en el estado de México y decidió entregarse ante la Sedena para denunciar cómo se relacionó con los cómplices de los Beltrán Leyva que cometieron este asesinato múltiple tras identificar a los 24 hombres victimados como presuntos integrantes de La Familia, según la averiguación previa PGR/SIEDO/UEIDCS/302/2008.

El testimonio de Claudia reveló cómo los 24 hombres que previamente fueron levantados la madrugada del mismo 11 de septiembre en Huixquilucan, fueron golpeados y torturados por horas y casi hasta el atardecer dentro del domicilio marcado con el número 178 de la calle Paseo de la Herradura, de la colonia Jardines de la Herradura. Cuando ya oscurecía, contó, las puertas automáticas del garaje de la casa se abrieron. Apareció un camión blanco de redilas que trató de ser introducido de reversa, pero por su tamaño no pudo pasar al interior de la vivienda.

Entonces se decidió abrir las puertas de madera de la caja del camión. Así, uno a uno, los 24 hombres esposados de manos y con los ojos vendados con cinta plástica, fueron sacados de adentro de la casa. Rápidamente, a gritos y empellones, todos fueron colocados en la parte trasera del camión que a los pocos minutos inició su camino hacia el sitio donde se consumaría una de las mayores matanzas en la historia del narcotráfico en México.

La ruta de la muerte

“Bájese comandante”, ordenó a Claudia el jefe de la célula de los Beltrán Leyva en Huixquilucan, Raúl Villa Ortega, El R, luego de que el primero esperó por más de dos horas esa instrucción dentro de una camioneta cherokee blindada. “Me pidió que manejara el camión al que subió a toda esa gente, mientras bastante gente vestida con uniforme táctico negro y con armas largas salía de la casa. Pero yo le dije que no sabía manejar ese tipo de camionetas”, dijo el testigo protegido.



Arrímese para allá —le indicó El R— yo le voy a enseñar. Antes de partir, otro pasajero subió a la cabina del camión de tres y media toneladas. Era El Negro, otro policía de Huixquilucan de quien sólo se le ubica por sus apellidos: Campos Aldana. En ese momento arrancamos y frente a nosotros se colocó una camioneta Explorer, color negro, conducida por el comandante de la Policía del mismo municipio, Antonio Ramírez Cervantes, y por el radio Villa Ortega le indicó que nos guiará rumbo a La Marquesa sin pasar por las casetas de cobro de la autopista a Toluca.



Nos fuimos por Interlomas, por el camino de la barranca que sale al pueblo de Huixquilucan, y de ahí avanzamos hacia La Marquesa. Cruzamos la autopista rumbo a Chalma y Antonio se detuvo casi sobre el kilómetro 3.5 de la carretera Atlapulco-Xalatlaco, pasando una curva, adelantito de una entrada pequeña a un caminito que casi no se nota, narró Claudia. El sitio es el paraje conocido como La Loma en San Isidro Tepehuantepec, municipio de Ocoyoacac.



Una vez dentro del caminito, el camión blanco avanzó unos metros y El R giró el volante y se dirigió hacia una especie de tiradero y apagó las luces del vehículo. Claudia explicó que bajó del camión y se dirigió hacia fuera de la hondonada donde se encontraban. Lo que vino después lo agobiaría durante casi un mes antes de entregarse a las autoridades militares y confesar todo lo que sabía de la matanza que ahí ocurrió.



“¿Lo voy a hacer yo solo?”

En el momento en que Claudia supuestamente se encaminaba a la salida de ese paraje, escuchó que El R gritó: “¿Lo voy hacer yo solo o me van a ayudar?” Inmediatamente corrieron y pasaron a su lado cinco o seis de los hombres que vestidos con uniformes de color negro, portando armas largas e insignias de la AFI, resguardaban una amplia zona.



Claudia, según el relato que hizo a los fiscales federales, siguió caminado y se encontró metros adelante con el comandante Antonio Ramírez Cervantes. “¿Por qué me trajiste aquí”, le espetó el ahora testigo protegido y la respuesta que recibió fue contundente: “no pasa nada, pero antes dime estás con o en contra de nosotros”.



Justo en ese momento, según el testimonio contenido en el expediente del caso, se empezó a escuchar una serie de detonaciones de un arma de fuego, detonaciones siempre iguales y sólo una a la vez. El sonido no era muy fuerte, como si fuera de un calibre pequeño o con un arma con silenciador. Las detonaciones se escucharon por ocho o nueve minutos aproximadamente. Luego se escuchó que prendieron el motor del camión, mientras la gente vestida con uniformes tácticos y armas largas corrió hacia otros vehículos que fueron estacionados sobre la carretera.



El camión de redilas se dirigió hacia la salida y antes de llegar a la carretera nuevamente subió Claudia al vehículo que nuevamente conducía Villa Ortega, quien la pasó a El Negro” una arma larga con silenciador. EL R, identificado como el hombre que disparó contra los 24 hombres masacrados, tenía todo su pantalón manchado de “puntitos”, observó el testigo protegido antes de que el vehículo en el que viajaban avanzara unos segundos y se atascara en el lodo antes de salir nuevamente a la carretera.



Quien encabezaba la célula de los Beltrán Leyva en Huixquilucan gritó que vinieran a ayudarle y varios sujetos bajaron de otros vehículos, una pick up y dos camionetas más que esperaban sobre la carretera. Las luces de una de las camionetas fue dirigida hacia el camión de redilas y cuando se iluminó la cabina, “Claudia” se percató que “los puntitos” que manchaban el pantalón del jefe del comando armado no era otra cosa más que sangre.



Minutos después de que el camión blanco saliera a la carretera y retomara su dirección hacia Huixquilucan, El R le diría al entonces jefe policiaco mexiquense: “¿cómo ve esto, comandante? Esa era gente de La Familia y me quería chingar”. Detrás de ellos quedaban los 24 cadáveres de hombres que han sido identificados por investigaciones de la PGR como trabajadores de la construcción y que provenían de Hidalgo, Veracruz, Oaxaca y DF.

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