Ejecutan en Monterrey a la abogada Silvia Raquenel; ya había sobrevivido a otros cuatro atentados
Silvia Raquenel, la abogada, vivió siempre al filo de la navaja. Sus clientes, narcos, zetas, asesinos, policías, coincidían: “Raquenel no entiende, le pega duro al peligro”.
Y sí, tanto que en cuatro veces trataron de matarla y estuvieron cerca.
Ayer lo lograron, la siguieron en un centro comercial hasta acorralarla, le dispararon muchos balazos, le dieron cuatro, y no se fueron con dudas, le dieron el tiro de gracia.
Así la vida de una mujer sin medianías: o la querían mucho y la aplaudían, o la odiaban y hasta explosivos le lanzaban.
En 1998 Silvia ya pasaba de los 40 y había acumulado mucha experiencia, relaciones y enemigos peligrosos, quién sabe si porque defendía a alguien... o porque se negaba a hacerlo.
Ese 13 de mayo le colocaron un artefacto explosivo en la puerta de su despacho de la colonia Mitras, donde tenía sus oficinas y vivía. El artefacto estalló, causó daños en la oficina, pero Silvia se salvó.
En el 2000, marzo 23, la siguieron hasta el Distrito Federal y al Hotel Imperial, donde se hospedaba.
Salía del hotel con su guardaespaldas, el ex federal Cuauhtémoc Herrera cuando dos hombres les dispararon: ella recibió dos balazos, él fue herido de gravedad, ella se salvó.
El mismo año, el 31 de agosto el atentado fue por segunda vez en su despacho: la tirotearon y le pegaron en varias partes del cuerpo, pero volvió a salir con vida.
El 14 de noviembre del 2001, le dispararon al salir del edificio del Poder Judicial Federal, en Monterrey, y los asesinos volvieron a fallar.
Para entonces su fama de mujer brava, mal hablada, entrona, pero buena abogada, había traspuesto los límites de Nuevo León, la llamaban de muchas partes.
No porque tuviera miedo ante las amenazas que recibía un día sí y otro también, empezó a desechar defensas que querían encargarle.
Tomaba otros casos, “porque soy abogada y porque tengo que comer”.
Y porque temía por su hija, una joven que era su debilidad.
La opinión general era que ganaba mucho dinero, de sus defendidos delincuentes, especialmente los narcotraficantes “de buen nivel”.
Orgullosa de no discriminar: “Me da lo mismo que sean del Cártel del Golfo o del de Sinaloa, o que sean zetas o multihomicidas miembros de bandas del crimen organizado”, se negó por sistema a defender a funcionarios corruptos.
Pero defendió a policías y jefes policiacos, casi siempre acusados de apoyar o proteger a algún grupo de traficantes de drogas.
Defendió a Javier Herrera Valles, de la Policía Federal Preventiva, acusado de recibir pagos de narcotraficantes a cambio de protección para la delincuencia organizada y a Jaime Valdez Martínez, ex integrante de la Agencia Federal de Investigación.
La abogada fue muy criticada por la sociedad regiomontana cuando defendió a Diego Daniel Santoy Riverol, que mató a los niños y hermanos Erik Azur y María Fernanda Peña Coss y León, por problemas de relaciones con una hermana mayor.
En mayo de 2006, fue ejecutado en Monterrey, el abogado Julio Vargas, quien era socio de la controvertida abogada de 55 años de edad.
Amigos y parientes —tenía cinco hermanos— le advirtieron que extremara su cuidado, que redoblara su protección.
Su oficina ya tenía puertas y ventanas de vidrios a prueba de balas, las chapas era de las más seguras, y no salía sin sus guardaespaldas.
Buscaba protección en otro terreno: no faltaba cerca de ella en su despacho de abogada y en su casa, una vela prendida ante la imagen de Cristo, además de que en cada habitación había una cruz u otro santo milagroso.
Era insistente en pedirle a Dios que la protegiera.
SE LA CUMPLIERON. A partir del 2002 Raquenel no volvió a sufrir un atentado, pero empezaron sus grandes problemas con las autoridades.
Fue citada a declarar varias veces, llegaron a arraigarla por supuestos vínculos con algún traficante, pero al cabo de tres meses tuvieron que dejarla en libertad porque probó que sólo era la defensora de un delincuente.
Los agentes del Ministerio Público lamentaban que a cada cargo en su contra, Raquenel les probara que era un hueso duro de roer, siempre salió adelante.
Y los jueces se quedaron esperando a poder enviarla a prisión.
Pero, como dice el dicho, sobre advertencia no hay engaño.
Y a Raquenel le tocó ayer.
Al mediodía iba con su hija y otra jovencita en su camioneta, por el rumbo del centro comercial Pulga Río, en la esquina de Constitución y Serafín Peña, cuando se dio cuenta que otra camioneta no se alejaba de la suya.
Se metió por la calle Porfirio Díaz, detuvo el vehículo y entró en el mercado por la calle Constitución.
Había mucha gente en Pulga Río y seguramente Raquenel pensó perderse entre la multitud o evitar que le pasara algo en un lugar tan concurrido.
Los tres asesinos que la seguían quién sabe desde donde, se acercaron más, corrió por el pasillo principal, al llegar al “H” dio vuelta pero no pudo escapar de quienes abiertamente la perseguían con las armas en la mano.
Con rifles AR-15 los asesinos le dispararon a la abogada, que no tenía para dónde correr.
Una versión de comerciantes señala que la abogada ya iba herida cuando entró al centro comercial, y los agentes que llegaron dicen que recogieron casquillos de balas en la calle Porfirio Díaz.
Su hija y la joven que las acompañaba no habían podido detallar cómo ocurrió el asesinato.
Dicen los comerciantes que Raquenel ya estaba en el suelo cuando los matones se acercaron para rematarla.
Llevaban la consigna de que no escape otra vez, dijo la policía.
Los primeros informes médicos dicen que Raquenel recibió cuatro balazos en el pecho y el tiro de gracia, de calibre 9 mm.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario