"El Mayo" Zambada: empresario, benefactor y calculador


Ismael El Mayo Zambada, uno de los capos más perseguidos por México y Estados Unidos, es un personaje con tres rostros diferentes: el de benefactor, el de empresario y el del hombre enigmático que, en contraste con otros narcotraficantes, se mantiene en bajo perfil.

Cada diciembre hasta hace pocos años, Ismael El Mayo Zambada García solía llegar a El Álamo, una pequeña localidad cercana al poblado del Salado, que se localiza a orillas del kilómetro 40 de la carretera que va de Culiacán a Mazatlán, acompañado de varias camionetas a repartir entre la gente que ahí vive cartones de cerveza y dinero en efectivo, para que tuvieran una feliz Navidad. Lo hacía como ha hecho otras tantas cosas, dicen, por el cariño que le tienen los habitantes del que es considerado su pueblo natal.

El Álamo es un poblado donde su gente tiene fama de ser callada, discreta y amigable; sus calles están empedradas, las viviendas pintadas de diferentes colores, tienen teja roja y están construidas en madera y ladrillo a un solo nivel y con una peculiaridad que lucen al frente: todas tienen una cerca levantada en un tipo de madera arrugada conocida como "palo de Brasil". Tanto la conservación del camino como la imagen bien cuidada del lugar que es considerado "pueblo símbolo" son obra del patrón.


En Sinaloa es vox pópuli que a Zambada se le considera "el último reducto de generosidad" que distinguió hasta hace algunos años de manera palpable a varios jefes del narco. Su personalidad altruista se mezcla con su frialdad para respetar y hacer respetar los acuerdos en los negocios; su carácter siempre reservado lo ha llevado a mantenerse alejado de las sangrientas disputas de poder entre sus contemporáneos como el que protagonizaron en los años 90 el clan Arellano Félix contra su compadre, Joaquín El Chapo Guzmán. Su inteligencia y sangre fría, esa que lo ha encumbrado para estar cerca de los grandes capos como Miguel Ángel Félix Gallardo, primero, y Amado Carrillo Fuentes, después, le han redituado permanecer intocable frente a autoridades como el ejército durante más de tres décadas.


Siempre dispuesto a ayudar, a "invertir para su gente", a Zambada se le atribuye que existan cultivos de agave tequilero en campos que no son tan propicios para ello, pero que con recursos han sido habilitados y sembrados a orillas de la carretera que une Culiacán con Los Mochis.


Es visto como un hombre que le preocupa que la gente tenga trabajo, pero también educación, dice un empresario sinaloense.

Quizá por ello su familia fundó la Estancia Infantil Niño Feliz, la misma que ha sido señalada por el Departamento del Tesoro de ser "fachada" para lavado de dinero, que da servicio de guardería y comedor a hijos de empleadas de pocos ingresos o que son madres solteras.


Para algunos sinaloenses, sobre todo en la capital, los Zambada son vistos como gente "discreta, generosa y que no se mete con nadie". Su papel en la comunidad quedó registrado de manera pública durante las elecciones presidenciales del año 2000, cuando la empresa familiar Nueva Industria Ganadera de Culiacán, propietaria de la firma Leche Santa Mónica, señalada también en el reporte del Tesoro estadounidense, fue una de las instituciones privadas que participó con apoyo logístico en la organización de la Consulta Infantil y Juvenil de los Valores Democráticos, preparada por el IFE, según consta en documentos de la junta local electoral.


Discreto

Como apelativo por el nombre de Ismael, en algunos poblados de Sinaloa y Sonora, a quienes tienen este nombre se les dice Mayo. Ese es el distintivo como se le conoce al hombre.


Son pocas las imágenes que se conocen de él, en una aparece con bigote, ceja poblada y delgado, muy delgado. Otra es un boceto como hecho a lápiz donde se le reproduce algo pasado de peso también con bigote, pero con canas en las sienes.

La última, la que la DEA y la PGR difundieron hace algunos años, cuando se ofrecieron 5 millones de dólares por información que llevara a su captura, lo muestra con el rostro cansado, la mirada serena, con la ceja disminuida y con el cabello corto, peinado de lado.


De sus alias, según los estadounidenses, se le conoce por Jerónimo López Landeros, Ismael Higuera Rentería o Jesús Loaiza Avendaño. Sea bajo su nombre real o supuestos, a Zambada no le gusta la ostentación ni el derroche, es de los que todavía prefiere el bajo perfil y pasar desapercibido cuando se desplaza de un sitio a otro.


Hace cinco años, la prensa sinaloense registró que en comunidades cercanas a Quilá, la sindicatura a la que pertenecen El Salado, El Álamo y otros poblados del valle de Culiacán, sobrevolaba de noche un helicóptero negro, en el que presuntamente se transportaba Zambada cuando visitaba y permanecía en su pueblo. Los vuelos fueron detectados por la Policía Federal Preventiva, que corroboró que en su interior viajaba un importante jefe del narco en la región. Desde que se difundió la noticia, la nave desapareció de la zona.


Calculador y frío

Fue en 1990 cuando el Mayo Zambada dejó de ser socio de los Arellano Félix, una supuesta deuda de 20 millones de dólares por pasar droga en territorio del clan, desató la ira de los jefes del cártel de Tijuana quienes pusieron precio a su cabeza.

La oferta la hizo Ramón a pandilleros del barrio Logan en San Diego y a sicarios traídos de Sinaloa: un millón de dólares y una tonelada de mariguana.

Zambada más hábil y menos visceral que los Arellano, para ese momento ya era parte del grupo que meses después lideraría Amado Carrillo Fuentes desde Ciudad Juárez, quien le daría todo el apoyo para controlar Sinaloa y Sonora, y mantener a raya al clan de Tijuana.


Carrillo Fuentes y Zambada se conocían desde principios de los años 70, cuando ambos servían a dos de los mandos fuertes del narco en Sinaloa, el primero con su tío Ernesto Fonseca Carrillo Don Neto y el segundo con Lamberto Quintero.


Cuando Lamberto Quintero fue ejecutado en 1975 en la carretera que va de Culiacán a El Dorado, muy cerca de El Salado, Zambada quedó bajo la égida de Inés Calderón, un capo que era operador de Rafael Caro Quintero, y a quien se le recuerda por haber sido quien, en 1985, compró la hacienda cafetalera La Quinta, ubicada a las afueras de San José en Costa Rica, donde su jefe ocultó luego de "robar" en aquel año a la joven Sara Cosío.


Cuando el narcotraficante Inés Calderón fue ejecutado en 1988 por Guillermo González Calderoni, entonces comandante de la Policía Judicial Federal, y Zambada pasó a trabajar de forma directa con Félix Gallardo, "el jefe de jefes" en la historia del narco en México.


Algo aprendió el Mayo que sus primeras ganancias por aquella época las invirtió en comprar cabezas de ganado, se volvió más discreto en una época en que la ostentación de la riqueza comenzó a ser norma de los barones de la droga.


Aplomo y pragmatismo para los negocios, como lo señalaron algunos involucrados en el llamado Maxiproceso, donde junto a los Carrillo Fuentes y los González Quirarte está coacusado, Ismael El Mayo Zambada García reclutó desde principios de los años 90 un ejército de sicarios donde esa dualidad se transformó en crueldad y sangre fría para acabar con "traidores y enemigos" por medio de la tortura, asfixia y destrozando el cráneo a batazos.

Hoy en día, uno de sus testaferros, que hace de la violencia norma para arreglar sus negocios, es Gustavo Inzunza, identificado por las autoridades como su jefe de seguridad y a quien se le atribuyen, por parte de la Procuraduría estatal, por lo menos medio centenar de ejecuciones sólo en el estado de Sinaloa.

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